En las películas de amor las princesas siempre tienen un final feliz con sus príncipes, y es increíble como varios soñamos con encontrar a esa persona, con la que tengamos un "final feliz". Desde pequeña he creído que todos tenemos a alguien hecho a la medida, alguien que nació para estar a nuestro lado, sin embargo, eso no significa que la vamos a encontrar. Millones de personas, cientos de lugares, demasiados países. Realmente son pocos los que tienen la fortuna de conocer a su otra mitad.
Terminaba de empacar mis cosas para mudarme y poder ir a la universidad de mi sueños, aunque mis padres no estuvieran muy felices de que su única hija se mudara a 7 horas de ellos. No es que no tuviéramos una buena relación, pero me entusiasmaba la idea de emprender nuevos retos, de ser independiente y poder hacer lo que quisiera en el momento en que quisiera. Mi madre era la típica protectora que cuida hasta el último cabello de mi peinado, en cambio, mi padre era muy liberador y decía que yo podía hacer con mi vida y cuerpo lo que quisiera.
Tuve que sentarme sobre mi maleta para que ésta cerrara. Mi padre asomó su cabeza por el marco de la puerta e hizo una mueca de desaprobación.
—Ya es tarde, tenemos que llevarte al aeropuerto —entró en la habitación y se sentó en mi cama, observando con nostalgia la habitación vacía que dejaría atrás. —Cuánto has crecido.
—Papá, no empieces a llorar, tú pequeña ya no es una niña.
—Lo sé —suspiró —y por eso mismo he decido darte un regalo.
Del bolsillo de su abrigo sacó una pequeña cajita negra, extendiéndola hacia mí. No dudé ni un segundo en abrirla y ver el hermoso collar plateado que había dentro en forma de estrella.
—Sé que llegarás lejos —dijo —y en un futuro serás toda una estrella.
Contuve las lágrimas y me abalancé sobre él para apretujarlo en un abrazo. Sentí nervios al pensar que en menos de cinco horas me estaría despidiendo de ellos.
—Gracias —dije tiernamente.
Llegamos al aeropuerto en donde me esperaba Samantha, mi vieja amiga de la infancia. Hacía 12 años que la conocía y era como una hermana para mí, e incluso una hija para mis padres, y yo era lo mismo para los suyos y era otra hermana para Theo su hermano mayor. Durante algunos años creí que él era mi otra mitad, siempre me miraba y lograba que mis mejillas se sonrojaran, pero esa ilusión se rompió cuando supe su preferencia sexual hacia los hombres.
Me bajé del vehículo y corrí hacia ella para abrazarla mientras mi padre y Theo bajaban mis maletas.
—No puedo creer que estemos a unas horas de ir a la universidad.
—Lo sé, es emocionante.
Una cálida mano se posó sobre mi hombro. Era Theo, mirándome fijamente con esos misteriosos ojos grises.
—No quiero que hagan tonterías —dijo mirando de una a otra.
—Ese es un buen consejo, —afirmó mi padre — espero que lo tomen en cuenta.
Ambas nos miramos y reímos por lo bajo. Entonces un hombro chocó contra el mío, haciendo que cayera de bruces a los pies de mis acompañantes.
—¡Imbécil! —Gritó Theo hacia la persona que corría lejos de nosotros.
Mientras me ayudaban a levantarme miré hacia el chico que se alejaba y me sentí estremecida al mirar lo apuesto que era. Alto y fornido, con cabello negro alborotado. Muy al estilo de mis amores platónicos. Por unos instantes olvidé el hecho de que me había empujado y me concentré en la guitarra que llevaba en su mano izquierda tratando de equilibrar sus dos maletas en ambos brazos.
—¿Estás bien hija?
—Sí, no importa, creo que tiene prisa igual que nosotras.
Aún debíamos de registrar nuestro equipaje y asegurarnos de que no olvidáramos nada. Así que era el momento de la despedida. Los padres de Samantha irían a visitarla en unos días, por lo que no se preocuparon en acompañarla al aeropuerto. Pero los míos no podían soltarme sin derramar una lágrima. Los besé insistentemente en sus mejillas y los abracé tan fuerte hasta dejarlos sin aliento.
—¿Tendrás cuidado, sí?
—Sí, tendré cuidado.
—Nada de chicos ni embarazos.
Reí.
—Nada de chicos y embarazos, mamá.
—Es hora de irnos —dijo Samantha.
Los abracé una última vez y besé a Theo en la mejilla, mientras me abrazaba de la cintura y yo rodeaba su cuello con mis brazos.
—No escuches a tu mamá, consigue muchos chicos para ti y para mí cuando vaya a visitarlas.
—De acuerdo.
A unos cuantos pasos de haberlos dejado atrás, los miré y suspiré conteniendo sentimientos.
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