lunes, 22 de septiembre de 2014

El negro de sus ojos

Entré temerosa al café en donde Oliver me había citado. Era un lugar acogedor, con altos candelabros colgados del techo rústico de madera. Las mesas eran pequeñas y redondas con un pequeño tarro de azúcar en el medio. Había pequeños sillones en tres de las esquinas del lugar y en la más alejada estaba Oliver sentado sosteniendo una carta que cubría la mitad de su rostro. Un enorme ventanal estaba detrás de él haciendo que la escasa luz de la tarde oscureciera su anguloso rostro. No fue hasta que estuve frente a él que encendieron las lámparas. Miró hacia mí un poco exaltado, lo había distraído de su laboriosa tarea de encontrar algo que le agradara del menú. Sus ojos recorrieron mi cuerpo de arriba hacia abajo lentamente, observando con detalle mis prendas y mi peinado.
—No creía que pudieras verte más hermosa que el otro día, pero definitivamente me sorprendiste.
Sentí el rubor ardía en mis mejillas, pero con suerte la luz podría disimularlo en mi pálida piel. Me senté a su lado a pesar de que hubiera otro sillón justo enfrente.
—Gracias, tú también te ves bien.
Él vestía un suéter azul marino que resaltaba su oscuro cabello y unos vaqueros que parecían haber sufrido ciertas raspaduras en las rodillas. Su cabello estaba alborotado como las anteriores veces que lo había visto, con unos mechones cubriendo parte de su frente que lo hacían lucir más joven.
—No decido qué debo pedir.
—¿Qué pides frecuentemente?
—No lo sé, es la primera vez que vengo aquí —admitió con un hilo de voz.
—Creía que tú...
—No. —me interrumpió —Sólo quería salir contigo.
De nuevo ese escozor en mi rostro. No imaginaba que mi primera "cita" con él sería tan vacilante. Por suerte Oliver estaba abstraído leyendo la carta que no notó mi repentino cambio de color. Me acerqué a él sólo un poco para poder mirar los platillos y bebidas del lugar. Un pequeño roce de la piel de su mano contra mi rodilla hizo que mis sentidos se disparataran y sintiera una corriente eléctrica por todo mi cuerpo.
La mesera se acercó. Era una chica bastante linda. Alta y con figura esbelta. Su cabello rubio estaba atado en un moño detrás de su cabeza, con un bolígrafo en el medio. Su blusa decía en letras rojas "Susana", supuse que era su nombre.
—¿Qué van a ordenar? —Sus llamativos ojos azules se posaron en Oliver, quien seguía torpemente observando el menú. Había una leve sonrisa en el rostro de Susana mientras analizaba a mi compañero, y cómo no iba a ponerse así, si cualquier chica que viera a Oliver caería rendida a sus pies ante su belleza.
—Pediré un capuchino —dije intentando controlar el temblor de mi voz.
—Yo también —dijo él sin prestarle un poco de atención a la chica que pareció decepcionada al irse. —Detesto que las personas me miren fijamente.
—¿Por qué? —E instintivamente lo miré al rostro, arrepintiéndome en el momento en que nuestras miradas se cruzaron. —Lo siento —Me sentí avergonzada al mirarlo tras haber escuchado su confesión.
—Descuida, no me molesta que tú me mires. Me parece... halagador.
—¿Puedo saber por qué no te gusta que te observen?
—No lo sé, algunos me miran como si fuera un experimento o algo parecido.
—Tal vez sea porque eres muy atractivo.
Sentí un nudo en la garganta cuando dije aquello. Pero ahí estaba, esa palabra, "atractivo". Me imaginaba todas las burlas que él estaría pensando en ese momento. Quizás creía que era una chica patética más que había caído ante su hermosura, pero a cambio recibí un apretón en mi rodilla y una enorme sonrisa.

La lluvia golpeteaba sobre las calles a una gran velocidad. Las gotas eran pesadas y frías sobre mis brazos desnudos. Pero sólo faltaban un par de casas para llegar a la mía. Miré a Oliver que sonreía con el cabello empapado cubriendo sus ojos. Me hizo una seña para que lo siguiera y nos despedimos de nuestro refugio bajo el tejado de una casa y nos aventuramos hasta llegar a la entrada de mi hogar. Apresuradamente introduje la llave en la cerradura y con un clic pudimos entrar. Ambos gemíamos, estábamos cansados de correr y de inhalar el aire frío de la calle.
La casa estaba en completo silencio, por lo que supuse que Samantha estaría en alguna fiesta o conociendo a algún vecino. La idea de estar a solas con Oliver hizo que mi estómago cayera hasta mis pies.
—Subamos para que podamos secarnos —dije apenas audiblemente, esperaba como respuesta un gesto de confusión o algo por el estilo, pero él simplemente asintió. Subimos las escaleras, haciendo eco con nuestros zapatos mojados y pesados hasta que llegamos a mi habitación y encendí la luz. Había olvidado por completo el desorden que tenía y un sujetador colgado de una silla.
—Lindo.
—¡Hey! —Me sentí avergonzada y tomé mi ropa ocultándola detrás de mí.
—Me refería a tu habitación —dijo burlón.
—-Creo que tengo alguna playera que podría prestarte, suelo utilizarla de pijama, pero te quedará bien.
Hurgué entre todas mis cajas y por fin encontré la playera que mi padre me había regalado hacía años. Me quedaba hasta las rodillas, así que era perfecta para Oliver. Se la arrojé y con un rápido movimiento de mano la atrapó en el aire.
—Bien, dejaré que te cambies aquí y yo iré al baño —dije tomando un cambio de ropa.
—De acuerdo.
Antes de que saliera de la habitación él ya había comenzado a quitarse su suéter. Debajo de éste tenía una playera blanca ajustada al cuerpo, que se levantó un poco dejando ver su tonificado abdomen. Sentí nervios y salí casi corriendo.
Me encerré en el baño, recargándome contra la pared. Respirando agitada. Ver a Oliver así me había puesto nerviosa sin ningún motivo. Había visto a cientos de chicos sin playera, pero ésta vez había sido diferente, había sido real. Me cambié tan lento como pude para poder hacer tiempo y calmarme. Sin embargo, escuché unas risas al fondo de la casa.
Bajé a la cocina y sentí un temblor en todas mis extremidades cuando vi a Samantha apretujando el brazo de Oliver y sonriendo como si estuviese viendo a una estrella de cine. Aclaré mi garganta hasta que ambos voltearon y se alejaron.
—Sam, creí que no estabas.
—Acabo de llegar y Oliver estaba aquí sentado.
—Ya veo —dije más seria de lo que esperaba.
—Tengo que irme —dijo él levantándose de su silla. —Por cierto, le dije a Samantha que las invito a una fiesta el sábado. Es una bienvenida de la universidad, tienen que estar ahí.
—¡Claro que iremos! —Respondió ella entusiasmada.
—Si, creo que ahí estaré.
—De acuerdo. Pasaré por ustedes.
Acompañé a Oliver a la entrada y se despidió de mí con un cálido beso en la mejilla. Aunque sentía frío en todo mi cuerpo tras haber visto el comportamiento de ambos en la cocina.

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