martes, 23 de septiembre de 2014
Quiero ser yo quien sostenga tu mano en el camino que recorras. Quiero que mis brazos sean los que te rodeen cuando necesites un abrazo. Quiero que mis besos sean los que callen tu boca cuando no paras de gritar. Quiero que mis ojos sean tu lugar favorito para perderte. Quiero que mi voz sea un consuelo cuando te sientas mal. Quiero ser la persona que te haga feliz el resto de tu vida.
Recuerdo la noche en que prometimos estar siempre juntos. Tú me abrazabas y yo besaba tu mejilla. Eran los mejores días de nuestras vidas. No existía nada más que nuestro amor. Pero a veces las cosas cambian. El tiempo y la distancia se interponen. Un cambio repentino entre nosotros. Un "perdóname" y un último adiós.
Solía creer en tus palabras cuando me decías que siempre estarías aquí. Estoy segura de que nunca quisiste lastimarme porque un día juraste que no lo harías. Pensé que eras diferente, tu sonrisa no mentía, pero comenzaste a comportarte distante, como si fuera el final de todo. Saliste por la puerta y te llevaste una parte de mí, aquella que solía creer en el amor. Ahora puedo ver que te arrepientes, pero aún así no volverás.
Tiempo atrás me enamoré de la persona perfecta. Esa clase de persona que te hace ver el mundo de una mejor manera. Que es la indicada para estar las tardes calurosas en un rincón de la casa devorando un bote de helado y acurrucados en la cama los días fríos. Que te convierte en una mejor persona, porque te muestra la felicidad, el amor, la tolerancia. Me enamoré de la persona perfecta, la indicada para romperme el corazón y perdonar cada uno de sus errores. Me enamoré de una persona que hoy ya no está conmigo.
Las cosas que parecen perfectas duran poco y yo lo sabía, por eso entregué todo de mí para cuidar esa efímera felicidad. Sé que éste es el fin, por eso quiero agradecerte. Por haber tomado mi mano durante algún trayecto del camino, por no dejar que me hundiera en mis miedo, por enseñarme que la vida pone cosas en tu vida casualmente y te cambian por completo.
lunes, 22 de septiembre de 2014
MC Stoner A punto del sueño Ft Kryz (Letra)
CORO Kryz
Cayo la noche y esto de nuevo llego
es lo único que dejaste aquí
este recuerdo inútil que solo me consume
antes de dormir regresa tu existir y tu de nuevo en mi mente
todo fue de repente y nadie me impide que lo intente
esto me pasa a punto del sueño
Stoner:
Casi a punto del sueño volviste a regresar a mi mente
acaso ella me amo como yo fueron ilusiones preguntas frecuentes
de noche solo quiero dormir antes de que el silencio otra vez me diga
que ella en verdad dejo de sentir lo mismo que me dijeron sus amigas
estoy harto de que me repitan que no encontrare a ninguna de tu talla
se que quien bien se ama perdona pero también quien ama lo falla
las mentiras no callan un día se asoman en mi ventana hubo tantas
dije no te vallas mi sentir en coma no es broma un nudo en mi garganta
yo solo di la vuelta vi mi mundo colapsar en segundos mi cabeza revuelta
y un dolor que se queda en lo profundo todo el mundo decía que regresarías
y hasta la fecha no vuelves vivo en agonía por aquellos días hoy bebo de viernes a jueves
CORO Kryz
cayo la noche y esto de nuevo llego
es lo único que dejaste aquí
este recuerdo inútil que solo me consume
antes de dormir regresa tu existir y tu de nuevo en mi mente
todo fue de repente y nadie me impide que lo intente
esto me pasa a punto del sueño
Stoner:
No cualquiera ama de verdad y en la intimidad te ara sentir tanto
fue tu orgullo mi necedad tu la tempestad que causa mi llanto
lastima que no hay control z para deshacer tanta estupidez
pues tu timidez me dejo al revés te amo pero no te importo no me crees
voy perdido pocos pero me quedan latidos duele pero no me arrepiento de haberte conocido
sigo muriendo lento por tu espera y la verdad yo dudo que regreses
aunque mi alma hay tantas borracheras y perdí la fe después de doce meses
pague ese daño que te hice con creces te miento si digo que no lloro a veces
pero que mas da si con otro lo hiciste en futuro seguro entonces sera
que no piensas en mi por que no queda ninguno ¿acaso es real?
eso de que me olvidaste yo lo dudo queda solo pensar que ni el tiempo
borrara esa marca que deje en tu puro
CORO Kryz
Cayo la noche y esto de nuevo llego
es lo único que dejaste aquí
este recuerdo inútil que solo me consume
antes de dormir regresa tu existir y tu de nuevo en mi mente
todo fue de repente y nadie me impide que lo intente
esto me pasa a punto del sueño
Cayo la noche y esto de nuevo llego
es lo único que dejaste aquí
este recuerdo inútil que solo me consume
antes de dormir regresa tu existir y tu de nuevo en mi mente
todo fue de repente y nadie me impide que lo intente
esto me pasa a punto del sueño
Stoner:
Casi a punto del sueño volviste a regresar a mi mente
acaso ella me amo como yo fueron ilusiones preguntas frecuentes
de noche solo quiero dormir antes de que el silencio otra vez me diga
que ella en verdad dejo de sentir lo mismo que me dijeron sus amigas
estoy harto de que me repitan que no encontrare a ninguna de tu talla
se que quien bien se ama perdona pero también quien ama lo falla
las mentiras no callan un día se asoman en mi ventana hubo tantas
dije no te vallas mi sentir en coma no es broma un nudo en mi garganta
yo solo di la vuelta vi mi mundo colapsar en segundos mi cabeza revuelta
y un dolor que se queda en lo profundo todo el mundo decía que regresarías
y hasta la fecha no vuelves vivo en agonía por aquellos días hoy bebo de viernes a jueves
CORO Kryz
cayo la noche y esto de nuevo llego
es lo único que dejaste aquí
este recuerdo inútil que solo me consume
antes de dormir regresa tu existir y tu de nuevo en mi mente
todo fue de repente y nadie me impide que lo intente
esto me pasa a punto del sueño
Stoner:
No cualquiera ama de verdad y en la intimidad te ara sentir tanto
fue tu orgullo mi necedad tu la tempestad que causa mi llanto
lastima que no hay control z para deshacer tanta estupidez
pues tu timidez me dejo al revés te amo pero no te importo no me crees
voy perdido pocos pero me quedan latidos duele pero no me arrepiento de haberte conocido
sigo muriendo lento por tu espera y la verdad yo dudo que regreses
aunque mi alma hay tantas borracheras y perdí la fe después de doce meses
pague ese daño que te hice con creces te miento si digo que no lloro a veces
pero que mas da si con otro lo hiciste en futuro seguro entonces sera
que no piensas en mi por que no queda ninguno ¿acaso es real?
eso de que me olvidaste yo lo dudo queda solo pensar que ni el tiempo
borrara esa marca que deje en tu puro
CORO Kryz
Cayo la noche y esto de nuevo llego
es lo único que dejaste aquí
este recuerdo inútil que solo me consume
antes de dormir regresa tu existir y tu de nuevo en mi mente
todo fue de repente y nadie me impide que lo intente
esto me pasa a punto del sueño
¿El amor se desvanece? Es decir, todos dicen que el verdadero amor no muere, pero me he preguntado ¿por qué tantas parejas terminan? ¿Será cierto que estamos destinados a una persona y por eso no funciona con alguien más? Pero... ¿qué pasa si ya habíamos encontrado a esa persona y la dejamos ir? Por nuestras tonterías, por nuestro miedo, por nuestras aventuras, por los descuidos. Si esa persona estaba destinada a nosotros, ¿por qué no cuidamos de su amor? Bien dicen que el amor perfecto no llega... Se construye.
No me importa lo alocado que suene, pero prometo amarte siempre. Aunque las personas digan que es pronto para jurar amor eterno y que la palabra "siempre" es muy grande para alguien como yo. Pero entregaré todo de mí para cumplir aquella promesa, lucharé todos los días por tenerte a mi lado, te enamoraré como si fuese la primera vez, te besaré como tanto te gusta. Estaré siempre ahí.
Nunca creí que debería de escribir esto. Me imaginaba que estaríamos juntos hasta envejecer, amándonos como un tiempo atrás lo hicimos. Pero amor, no todo siempre es como lo planeamos. ¿Recuerdas aquél día en el que juramos estar siempre juntos? Si, también a mi me duele recordarlo y saber que ahora estamos a kilómetros de distancia, tal vez no físicamente, pero si emocionalmente. Me duele saber que te perdí, que me perdiste, que nos perdimos, cuando prometíamos luchar siempre por nuestro amor. Creí que sólo sería una mala jugada de la vida, pero veo que nunca piensas volver y yo no pienso buscarte, no sé si por orgullo o por la necesidad de no dañarnos más.
En la vida hay tres amores.
El primero es, dicho sea de paso, el primer amor. Aquel que suele llegar más pronto que tarde, aquel en el que se vuelcan cantidades ingentes de sentimientos por identificar, nerviosismos, puede que algún sentimiento de hacer algo prohibido o peligroso, es un amor que suele ser sentimental en su mayor parte, y a pesar de que no suele ser el definitivo, deja marcado de por vida. A pesar de que esa persona llegue a desaparecer o acabe siendo todo lo contrario de lo que parecía. El sentimiento suele perdurar aunque acabe transformándose más en una especie de cariño.
El segundo, es nuestra némesis. Es esa persona que puede, o no, ser completamente distinta a nosotros. Esa persona que consigue habernos hecho cambiar nuestra forma de ver el mundo, un amor más pasional, más espontáneo y que en la gran mayoría de las ocasiones suele acabar peor de lo que empieza. Sin embargo, con el paso del tiempo, y aunque otra persona esté acompañándote en esa ocasión, sueles recordarla porque era la persona que hacía vibrar tu mundo como nadie más ha podido.
El tercero es el amor de nuestra vida. Esa persona con la que quieres compartir el resto de tu vida, con la que te complementas y con la que haces millones de planes de futuro. Es un amor más racional, pero no por ello sin dosis de pasión o espontaneidad. Es aquel amor que suele durar más que ninguno de los otros, pero también el más difícil de encontrar.
El primero es, dicho sea de paso, el primer amor. Aquel que suele llegar más pronto que tarde, aquel en el que se vuelcan cantidades ingentes de sentimientos por identificar, nerviosismos, puede que algún sentimiento de hacer algo prohibido o peligroso, es un amor que suele ser sentimental en su mayor parte, y a pesar de que no suele ser el definitivo, deja marcado de por vida. A pesar de que esa persona llegue a desaparecer o acabe siendo todo lo contrario de lo que parecía. El sentimiento suele perdurar aunque acabe transformándose más en una especie de cariño.
El segundo, es nuestra némesis. Es esa persona que puede, o no, ser completamente distinta a nosotros. Esa persona que consigue habernos hecho cambiar nuestra forma de ver el mundo, un amor más pasional, más espontáneo y que en la gran mayoría de las ocasiones suele acabar peor de lo que empieza. Sin embargo, con el paso del tiempo, y aunque otra persona esté acompañándote en esa ocasión, sueles recordarla porque era la persona que hacía vibrar tu mundo como nadie más ha podido.
El tercero es el amor de nuestra vida. Esa persona con la que quieres compartir el resto de tu vida, con la que te complementas y con la que haces millones de planes de futuro. Es un amor más racional, pero no por ello sin dosis de pasión o espontaneidad. Es aquel amor que suele durar más que ninguno de los otros, pero también el más difícil de encontrar.
Dos enamorados que se encuentran separados por las circunstancias o los kilómetros. Deseando acurrucarse en las noches frías y darse un beso de buenas días. ¡Qué hermosamente triste es ver que se desean más allá de todo y que esperan pacientes para estar juntos! Que no olviden que lo que sienten es igual de verdadero porque a veces, aunque parezca irónico, no hay nadie más presente que quien está ausente pero es amado.
Una sonrisa suya me basta para que mi corazón se acelere y mis pensamientos se desdibujen.
Que sus manos me tomen por la cintura y me lleven hasta su cuerpo para sentirme protegida.
Sus labios rozando los míos es suficiente para que me sienta de cristal, tan débil y frágil.
Su presencia es lo único que necesito para que todo el mundo no parezca tan cruel.
Que sus manos me tomen por la cintura y me lleven hasta su cuerpo para sentirme protegida.
Sus labios rozando los míos es suficiente para que me sienta de cristal, tan débil y frágil.
Su presencia es lo único que necesito para que todo el mundo no parezca tan cruel.
Es de noche mientras escribo esto, la batería de mi laptop se acaba, pero necesito decirte esto antes de que me arrepienta, antes de que me acobarde.
«Son palabras que dicen cómo me siento desde tu partida.
Estoy triste, devastada, confundida. No entiendo cómo fue que todo terminó, cuando yo juraba que nuestro amor era perfecto, que seríamos la excepción.
¿Acaso te fallé? ¿O simplemente el amor se fue? No lo entiendo. Recuerdo que decías que yo te hacía feliz, tú me hacías feliz ¿entonces? Dime por favor, cuál fue el error.
Sé que puede ser tarde, porque hoy ni siquiera me diriges la palabra, pero aún así me decido a escribirte esto, líneas llenas de tristeza, de desamor, líneas que gritan lo que siento.
Te amo, sí, aún lo hago, y lo haré por días, semanas, meses, años, quizás toda la vida.
Sí, suena estúpido pero te extraño, incluso extraño esas peleas. Simplemente quiero que vuelvas, aunque suene patético.»
Me revuelo en mi asiento, lista para teclear "enter" entonces, la batería se agotó.
«Son palabras que dicen cómo me siento desde tu partida.
Estoy triste, devastada, confundida. No entiendo cómo fue que todo terminó, cuando yo juraba que nuestro amor era perfecto, que seríamos la excepción.
¿Acaso te fallé? ¿O simplemente el amor se fue? No lo entiendo. Recuerdo que decías que yo te hacía feliz, tú me hacías feliz ¿entonces? Dime por favor, cuál fue el error.
Sé que puede ser tarde, porque hoy ni siquiera me diriges la palabra, pero aún así me decido a escribirte esto, líneas llenas de tristeza, de desamor, líneas que gritan lo que siento.
Te amo, sí, aún lo hago, y lo haré por días, semanas, meses, años, quizás toda la vida.
Sí, suena estúpido pero te extraño, incluso extraño esas peleas. Simplemente quiero que vuelvas, aunque suene patético.»
Me revuelo en mi asiento, lista para teclear "enter" entonces, la batería se agotó.
Pensé en él y sentí una leve opresión sobre el pecho al recordar cada uno de nuestros momentos. Volví a leer una de sus cartas, en la que prometía siempre amarme, y la guardé para leerla en un futuro y sentir que aún estaba aquí. Me recosté y cerré los ojos para mirar su rostro nuevamente tan cerca del mío, aunque muchos pensamientos se cruzaron en mi mente, recordé que no me amó de ninguna manera.
Seguro aún te preguntas si mi corazón se descontrola cuando te miro, o mi respiración se entrecorta entre cada saludo. Tal vez creas que aún me duele saber que estás con alguien más, que me mentiste al decir que sería la última persona en tu vida. Sé que en las noches te acuestas y crees que yo también estoy recordando nuestra historia. Pero te dolería saber que todo eso, dejó de importarme hace tiempo.
El negro de sus ojos
Entré temerosa al café en donde Oliver me había citado. Era un lugar acogedor, con altos candelabros colgados del techo rústico de madera. Las mesas eran pequeñas y redondas con un pequeño tarro de azúcar en el medio. Había pequeños sillones en tres de las esquinas del lugar y en la más alejada estaba Oliver sentado sosteniendo una carta que cubría la mitad de su rostro. Un enorme ventanal estaba detrás de él haciendo que la escasa luz de la tarde oscureciera su anguloso rostro. No fue hasta que estuve frente a él que encendieron las lámparas. Miró hacia mí un poco exaltado, lo había distraído de su laboriosa tarea de encontrar algo que le agradara del menú. Sus ojos recorrieron mi cuerpo de arriba hacia abajo lentamente, observando con detalle mis prendas y mi peinado.
—No creía que pudieras verte más hermosa que el otro día, pero definitivamente me sorprendiste.
Sentí el rubor ardía en mis mejillas, pero con suerte la luz podría disimularlo en mi pálida piel. Me senté a su lado a pesar de que hubiera otro sillón justo enfrente.
—Gracias, tú también te ves bien.
Él vestía un suéter azul marino que resaltaba su oscuro cabello y unos vaqueros que parecían haber sufrido ciertas raspaduras en las rodillas. Su cabello estaba alborotado como las anteriores veces que lo había visto, con unos mechones cubriendo parte de su frente que lo hacían lucir más joven.
—No decido qué debo pedir.
—¿Qué pides frecuentemente?
—No lo sé, es la primera vez que vengo aquí —admitió con un hilo de voz.
—Creía que tú...
—No. —me interrumpió —Sólo quería salir contigo.
De nuevo ese escozor en mi rostro. No imaginaba que mi primera "cita" con él sería tan vacilante. Por suerte Oliver estaba abstraído leyendo la carta que no notó mi repentino cambio de color. Me acerqué a él sólo un poco para poder mirar los platillos y bebidas del lugar. Un pequeño roce de la piel de su mano contra mi rodilla hizo que mis sentidos se disparataran y sintiera una corriente eléctrica por todo mi cuerpo.
La mesera se acercó. Era una chica bastante linda. Alta y con figura esbelta. Su cabello rubio estaba atado en un moño detrás de su cabeza, con un bolígrafo en el medio. Su blusa decía en letras rojas "Susana", supuse que era su nombre.
—¿Qué van a ordenar? —Sus llamativos ojos azules se posaron en Oliver, quien seguía torpemente observando el menú. Había una leve sonrisa en el rostro de Susana mientras analizaba a mi compañero, y cómo no iba a ponerse así, si cualquier chica que viera a Oliver caería rendida a sus pies ante su belleza.
—Pediré un capuchino —dije intentando controlar el temblor de mi voz.
—Yo también —dijo él sin prestarle un poco de atención a la chica que pareció decepcionada al irse. —Detesto que las personas me miren fijamente.
—¿Por qué? —E instintivamente lo miré al rostro, arrepintiéndome en el momento en que nuestras miradas se cruzaron. —Lo siento —Me sentí avergonzada al mirarlo tras haber escuchado su confesión.
—Descuida, no me molesta que tú me mires. Me parece... halagador.
—¿Puedo saber por qué no te gusta que te observen?
—No lo sé, algunos me miran como si fuera un experimento o algo parecido.
—Tal vez sea porque eres muy atractivo.
Sentí un nudo en la garganta cuando dije aquello. Pero ahí estaba, esa palabra, "atractivo". Me imaginaba todas las burlas que él estaría pensando en ese momento. Quizás creía que era una chica patética más que había caído ante su hermosura, pero a cambio recibí un apretón en mi rodilla y una enorme sonrisa.
La lluvia golpeteaba sobre las calles a una gran velocidad. Las gotas eran pesadas y frías sobre mis brazos desnudos. Pero sólo faltaban un par de casas para llegar a la mía. Miré a Oliver que sonreía con el cabello empapado cubriendo sus ojos. Me hizo una seña para que lo siguiera y nos despedimos de nuestro refugio bajo el tejado de una casa y nos aventuramos hasta llegar a la entrada de mi hogar. Apresuradamente introduje la llave en la cerradura y con un clic pudimos entrar. Ambos gemíamos, estábamos cansados de correr y de inhalar el aire frío de la calle.
La casa estaba en completo silencio, por lo que supuse que Samantha estaría en alguna fiesta o conociendo a algún vecino. La idea de estar a solas con Oliver hizo que mi estómago cayera hasta mis pies.
—Subamos para que podamos secarnos —dije apenas audiblemente, esperaba como respuesta un gesto de confusión o algo por el estilo, pero él simplemente asintió. Subimos las escaleras, haciendo eco con nuestros zapatos mojados y pesados hasta que llegamos a mi habitación y encendí la luz. Había olvidado por completo el desorden que tenía y un sujetador colgado de una silla.
—Lindo.
—¡Hey! —Me sentí avergonzada y tomé mi ropa ocultándola detrás de mí.
—Me refería a tu habitación —dijo burlón.
—-Creo que tengo alguna playera que podría prestarte, suelo utilizarla de pijama, pero te quedará bien.
Hurgué entre todas mis cajas y por fin encontré la playera que mi padre me había regalado hacía años. Me quedaba hasta las rodillas, así que era perfecta para Oliver. Se la arrojé y con un rápido movimiento de mano la atrapó en el aire.
—Bien, dejaré que te cambies aquí y yo iré al baño —dije tomando un cambio de ropa.
—De acuerdo.
Antes de que saliera de la habitación él ya había comenzado a quitarse su suéter. Debajo de éste tenía una playera blanca ajustada al cuerpo, que se levantó un poco dejando ver su tonificado abdomen. Sentí nervios y salí casi corriendo.
Me encerré en el baño, recargándome contra la pared. Respirando agitada. Ver a Oliver así me había puesto nerviosa sin ningún motivo. Había visto a cientos de chicos sin playera, pero ésta vez había sido diferente, había sido real. Me cambié tan lento como pude para poder hacer tiempo y calmarme. Sin embargo, escuché unas risas al fondo de la casa.
Bajé a la cocina y sentí un temblor en todas mis extremidades cuando vi a Samantha apretujando el brazo de Oliver y sonriendo como si estuviese viendo a una estrella de cine. Aclaré mi garganta hasta que ambos voltearon y se alejaron.
—Sam, creí que no estabas.
—Acabo de llegar y Oliver estaba aquí sentado.
—Ya veo —dije más seria de lo que esperaba.
—Tengo que irme —dijo él levantándose de su silla. —Por cierto, le dije a Samantha que las invito a una fiesta el sábado. Es una bienvenida de la universidad, tienen que estar ahí.
—¡Claro que iremos! —Respondió ella entusiasmada.
—Si, creo que ahí estaré.
—De acuerdo. Pasaré por ustedes.
Acompañé a Oliver a la entrada y se despidió de mí con un cálido beso en la mejilla. Aunque sentía frío en todo mi cuerpo tras haber visto el comportamiento de ambos en la cocina.
—No creía que pudieras verte más hermosa que el otro día, pero definitivamente me sorprendiste.
Sentí el rubor ardía en mis mejillas, pero con suerte la luz podría disimularlo en mi pálida piel. Me senté a su lado a pesar de que hubiera otro sillón justo enfrente.
—Gracias, tú también te ves bien.
Él vestía un suéter azul marino que resaltaba su oscuro cabello y unos vaqueros que parecían haber sufrido ciertas raspaduras en las rodillas. Su cabello estaba alborotado como las anteriores veces que lo había visto, con unos mechones cubriendo parte de su frente que lo hacían lucir más joven.
—No decido qué debo pedir.
—¿Qué pides frecuentemente?
—No lo sé, es la primera vez que vengo aquí —admitió con un hilo de voz.
—Creía que tú...
—No. —me interrumpió —Sólo quería salir contigo.
De nuevo ese escozor en mi rostro. No imaginaba que mi primera "cita" con él sería tan vacilante. Por suerte Oliver estaba abstraído leyendo la carta que no notó mi repentino cambio de color. Me acerqué a él sólo un poco para poder mirar los platillos y bebidas del lugar. Un pequeño roce de la piel de su mano contra mi rodilla hizo que mis sentidos se disparataran y sintiera una corriente eléctrica por todo mi cuerpo.
La mesera se acercó. Era una chica bastante linda. Alta y con figura esbelta. Su cabello rubio estaba atado en un moño detrás de su cabeza, con un bolígrafo en el medio. Su blusa decía en letras rojas "Susana", supuse que era su nombre.
—¿Qué van a ordenar? —Sus llamativos ojos azules se posaron en Oliver, quien seguía torpemente observando el menú. Había una leve sonrisa en el rostro de Susana mientras analizaba a mi compañero, y cómo no iba a ponerse así, si cualquier chica que viera a Oliver caería rendida a sus pies ante su belleza.
—Pediré un capuchino —dije intentando controlar el temblor de mi voz.
—Yo también —dijo él sin prestarle un poco de atención a la chica que pareció decepcionada al irse. —Detesto que las personas me miren fijamente.
—¿Por qué? —E instintivamente lo miré al rostro, arrepintiéndome en el momento en que nuestras miradas se cruzaron. —Lo siento —Me sentí avergonzada al mirarlo tras haber escuchado su confesión.
—Descuida, no me molesta que tú me mires. Me parece... halagador.
—¿Puedo saber por qué no te gusta que te observen?
—No lo sé, algunos me miran como si fuera un experimento o algo parecido.
—Tal vez sea porque eres muy atractivo.
Sentí un nudo en la garganta cuando dije aquello. Pero ahí estaba, esa palabra, "atractivo". Me imaginaba todas las burlas que él estaría pensando en ese momento. Quizás creía que era una chica patética más que había caído ante su hermosura, pero a cambio recibí un apretón en mi rodilla y una enorme sonrisa.
La lluvia golpeteaba sobre las calles a una gran velocidad. Las gotas eran pesadas y frías sobre mis brazos desnudos. Pero sólo faltaban un par de casas para llegar a la mía. Miré a Oliver que sonreía con el cabello empapado cubriendo sus ojos. Me hizo una seña para que lo siguiera y nos despedimos de nuestro refugio bajo el tejado de una casa y nos aventuramos hasta llegar a la entrada de mi hogar. Apresuradamente introduje la llave en la cerradura y con un clic pudimos entrar. Ambos gemíamos, estábamos cansados de correr y de inhalar el aire frío de la calle.
La casa estaba en completo silencio, por lo que supuse que Samantha estaría en alguna fiesta o conociendo a algún vecino. La idea de estar a solas con Oliver hizo que mi estómago cayera hasta mis pies.
—Subamos para que podamos secarnos —dije apenas audiblemente, esperaba como respuesta un gesto de confusión o algo por el estilo, pero él simplemente asintió. Subimos las escaleras, haciendo eco con nuestros zapatos mojados y pesados hasta que llegamos a mi habitación y encendí la luz. Había olvidado por completo el desorden que tenía y un sujetador colgado de una silla.
—Lindo.
—¡Hey! —Me sentí avergonzada y tomé mi ropa ocultándola detrás de mí.
—Me refería a tu habitación —dijo burlón.
—-Creo que tengo alguna playera que podría prestarte, suelo utilizarla de pijama, pero te quedará bien.
Hurgué entre todas mis cajas y por fin encontré la playera que mi padre me había regalado hacía años. Me quedaba hasta las rodillas, así que era perfecta para Oliver. Se la arrojé y con un rápido movimiento de mano la atrapó en el aire.
—Bien, dejaré que te cambies aquí y yo iré al baño —dije tomando un cambio de ropa.
—De acuerdo.
Antes de que saliera de la habitación él ya había comenzado a quitarse su suéter. Debajo de éste tenía una playera blanca ajustada al cuerpo, que se levantó un poco dejando ver su tonificado abdomen. Sentí nervios y salí casi corriendo.
Me encerré en el baño, recargándome contra la pared. Respirando agitada. Ver a Oliver así me había puesto nerviosa sin ningún motivo. Había visto a cientos de chicos sin playera, pero ésta vez había sido diferente, había sido real. Me cambié tan lento como pude para poder hacer tiempo y calmarme. Sin embargo, escuché unas risas al fondo de la casa.
Bajé a la cocina y sentí un temblor en todas mis extremidades cuando vi a Samantha apretujando el brazo de Oliver y sonriendo como si estuviese viendo a una estrella de cine. Aclaré mi garganta hasta que ambos voltearon y se alejaron.
—Sam, creí que no estabas.
—Acabo de llegar y Oliver estaba aquí sentado.
—Ya veo —dije más seria de lo que esperaba.
—Tengo que irme —dijo él levantándose de su silla. —Por cierto, le dije a Samantha que las invito a una fiesta el sábado. Es una bienvenida de la universidad, tienen que estar ahí.
—¡Claro que iremos! —Respondió ella entusiasmada.
—Si, creo que ahí estaré.
—De acuerdo. Pasaré por ustedes.
Acompañé a Oliver a la entrada y se despidió de mí con un cálido beso en la mejilla. Aunque sentía frío en todo mi cuerpo tras haber visto el comportamiento de ambos en la cocina.
Despertar
Capítulo 2.
Desperté enredada entre las suaves sábanas rosas de mi cama. Aún no terminaba por acostumbrarme a mi nueva habitación, repleta de cajas amontonadas por todas partes casi hasta el techo, y unas cuantas maletas escupiendo ropa por los cierres. Las cortinas estaban corridas y dejaban entrar una penetrante luz.
Samantha seguía dormida cuando entré a su recámara al lado de la mía. Uno de sus brazos colgaba hasta el piso, rozándolo con las yemas de sus dedos extendidos y su cabello estaba alborotado sobre su rostro. Ella estaba muy cansada debido a que había estado toda la noche acomodando sus cosas, dando como resultado un hermoso cuarto al estilo vintage. Decidí dejarla dormir un rato y bajar a preparar el desayuno.
La cocina estaba igual de vacía que el resto de la casa, a excepción de la cafetera que era indispensable en nuestro día a día. Preparé un café americano y tosté unos panes a los cuales les embarré chocolate. El silencio de la casa era perturbador, sólo podía escucharse el crujir de mi comida. Miré a todos lados, buscando algo con qué distraerme, pero lo único que habían eran esos cientos de cajas con distintos nombres escritos sobre ellas: "Cocina", "baño", "Samantha", "Fernanda", y en mis planes no estaba organizar la casa hasta dentro de unos días que tuviera la suficiente fuerza para poder siquiera levantar mi meñique.
Unos pasos rechinaron sobre las escaleras de la entrada y por un momento creí que se trataría de uno de esos molestos vendedores de limones. Miré por el picaporte de la puerta y me encontré con un apuesto rostro, se trataba de un chico muy atractivo, con unos finos rasgos en su rostro y una sonrisa de ensueño que combinaba con su oscuro cabello negro. No dudé ni un segundo más y abrí.
—Te he estado buscando... —Me miró sorprendido. —Tú no eres Carlos.
—Al parecer no —respondí más seria de lo que esperaba. —Soy Fernanda ¿Y tú eres?
—Oliver —Su sonrisa resplandecía mientras hablaba.
Lo miré, esperando a que se diera cuenta de que seguía observándome demasiado cerca, pero parecía abstraído en sus pensamientos hasta que pasé la mano de un lado a otro frente a sus ojos.
—Lo siento —dijo. —Eres la chica del aeropuerto.
—¿De qué hablas?
—Si no mal recuerdo, fui el "imbécil" que te tiró.
Recordé que hace dos días mientras estaba hablando con Theo, Samantha y mis padres un individuo golpeó mi hombro y caí al piso. Me sorprendió saber que el chico que estaba parado frente a mí fuera "ése" chico. Me ruboricé con la idea de que me había parecido atractivo, tanto, que podría ser como un amor platónico. Aparté ese pensamiento y lo inspeccioné lentamente.
—Te recuerdo —suspiré — qué extraña manera de conocernos, Oliver.
—Espero puedas perdonarme. Me gustaría invitarte a algún sitio. Hay un buen café a unas cuantas cuadras de aquí, por si estás interesada.
—No puedo, tengo que desempacar mis maletas.
—Qué lástima —respondió desanimado —¿Te ayudo?
Sentí un rubor apoderarse de mis mejillas e instintivamente asentí sin saber exactamente por qué había aceptado. Dejé que pasara a mi lado y explorara la casa vacía. No hubo mucho que mirar para que desviara la mirada hacia mí.
—Tu casa es muy... acogedora.
—Me la he pasado dormida, pero gracias.
Unos sonoros pasos haciendo eco se escucharon desde lo alto de la escalera. Samantha. Bajó vestida únicamente con un camisón que apenas cubría lo suficiente para que fuera apropiado verla. Frotándose los ojos tardó unos segundos en percatarse de la presencia de Oliver.
—¿Hola? —Dijo confundida.
—Hola —dijo él intentado no mirar sus largas piernas desnudas.
—Oliver ella es mi amiga Samantha.
Intercambiaron una mirada y sonrieron.
—Creo que será mejor que me vaya, no quiero incomodarlas —caminó hasta la entrada y nos dedicó una profunda mirada. —Pasaré después por ti para ir por un café. Un gusto, Samantha.
—El gusto fue mío —respondió ella y la puerta se cerró. —¿Quién es ese bombón?
—¿Recuerdas que alguien me empujó en el aeropuerto? Fue él.
—¡Increíble! Se reencuentran aquí, esto debe ser una señal del destino.
—No te emociones, muchos nos mudamos aquí para estudiar.
—No lo sé, quizás él sea tu chico hecho a la medida.
Desperté enredada entre las suaves sábanas rosas de mi cama. Aún no terminaba por acostumbrarme a mi nueva habitación, repleta de cajas amontonadas por todas partes casi hasta el techo, y unas cuantas maletas escupiendo ropa por los cierres. Las cortinas estaban corridas y dejaban entrar una penetrante luz.
Samantha seguía dormida cuando entré a su recámara al lado de la mía. Uno de sus brazos colgaba hasta el piso, rozándolo con las yemas de sus dedos extendidos y su cabello estaba alborotado sobre su rostro. Ella estaba muy cansada debido a que había estado toda la noche acomodando sus cosas, dando como resultado un hermoso cuarto al estilo vintage. Decidí dejarla dormir un rato y bajar a preparar el desayuno.
La cocina estaba igual de vacía que el resto de la casa, a excepción de la cafetera que era indispensable en nuestro día a día. Preparé un café americano y tosté unos panes a los cuales les embarré chocolate. El silencio de la casa era perturbador, sólo podía escucharse el crujir de mi comida. Miré a todos lados, buscando algo con qué distraerme, pero lo único que habían eran esos cientos de cajas con distintos nombres escritos sobre ellas: "Cocina", "baño", "Samantha", "Fernanda", y en mis planes no estaba organizar la casa hasta dentro de unos días que tuviera la suficiente fuerza para poder siquiera levantar mi meñique.
Unos pasos rechinaron sobre las escaleras de la entrada y por un momento creí que se trataría de uno de esos molestos vendedores de limones. Miré por el picaporte de la puerta y me encontré con un apuesto rostro, se trataba de un chico muy atractivo, con unos finos rasgos en su rostro y una sonrisa de ensueño que combinaba con su oscuro cabello negro. No dudé ni un segundo más y abrí.
—Te he estado buscando... —Me miró sorprendido. —Tú no eres Carlos.
—Al parecer no —respondí más seria de lo que esperaba. —Soy Fernanda ¿Y tú eres?
—Oliver —Su sonrisa resplandecía mientras hablaba.
Lo miré, esperando a que se diera cuenta de que seguía observándome demasiado cerca, pero parecía abstraído en sus pensamientos hasta que pasé la mano de un lado a otro frente a sus ojos.
—Lo siento —dijo. —Eres la chica del aeropuerto.
—¿De qué hablas?
—Si no mal recuerdo, fui el "imbécil" que te tiró.
Recordé que hace dos días mientras estaba hablando con Theo, Samantha y mis padres un individuo golpeó mi hombro y caí al piso. Me sorprendió saber que el chico que estaba parado frente a mí fuera "ése" chico. Me ruboricé con la idea de que me había parecido atractivo, tanto, que podría ser como un amor platónico. Aparté ese pensamiento y lo inspeccioné lentamente.
—Te recuerdo —suspiré — qué extraña manera de conocernos, Oliver.
—Espero puedas perdonarme. Me gustaría invitarte a algún sitio. Hay un buen café a unas cuantas cuadras de aquí, por si estás interesada.
—No puedo, tengo que desempacar mis maletas.
—Qué lástima —respondió desanimado —¿Te ayudo?
Sentí un rubor apoderarse de mis mejillas e instintivamente asentí sin saber exactamente por qué había aceptado. Dejé que pasara a mi lado y explorara la casa vacía. No hubo mucho que mirar para que desviara la mirada hacia mí.
—Tu casa es muy... acogedora.
—Me la he pasado dormida, pero gracias.
Unos sonoros pasos haciendo eco se escucharon desde lo alto de la escalera. Samantha. Bajó vestida únicamente con un camisón que apenas cubría lo suficiente para que fuera apropiado verla. Frotándose los ojos tardó unos segundos en percatarse de la presencia de Oliver.
—¿Hola? —Dijo confundida.
—Hola —dijo él intentado no mirar sus largas piernas desnudas.
—Oliver ella es mi amiga Samantha.
Intercambiaron una mirada y sonrieron.
—Creo que será mejor que me vaya, no quiero incomodarlas —caminó hasta la entrada y nos dedicó una profunda mirada. —Pasaré después por ti para ir por un café. Un gusto, Samantha.
—El gusto fue mío —respondió ella y la puerta se cerró. —¿Quién es ese bombón?
—¿Recuerdas que alguien me empujó en el aeropuerto? Fue él.
—¡Increíble! Se reencuentran aquí, esto debe ser una señal del destino.
—No te emociones, muchos nos mudamos aquí para estudiar.
—No lo sé, quizás él sea tu chico hecho a la medida.
No siempre tienes la vida que quieres
En las películas de amor las princesas siempre tienen un final feliz con sus príncipes, y es increíble como varios soñamos con encontrar a esa persona, con la que tengamos un "final feliz". Desde pequeña he creído que todos tenemos a alguien hecho a la medida, alguien que nació para estar a nuestro lado, sin embargo, eso no significa que la vamos a encontrar. Millones de personas, cientos de lugares, demasiados países. Realmente son pocos los que tienen la fortuna de conocer a su otra mitad.
Terminaba de empacar mis cosas para mudarme y poder ir a la universidad de mi sueños, aunque mis padres no estuvieran muy felices de que su única hija se mudara a 7 horas de ellos. No es que no tuviéramos una buena relación, pero me entusiasmaba la idea de emprender nuevos retos, de ser independiente y poder hacer lo que quisiera en el momento en que quisiera. Mi madre era la típica protectora que cuida hasta el último cabello de mi peinado, en cambio, mi padre era muy liberador y decía que yo podía hacer con mi vida y cuerpo lo que quisiera.
Tuve que sentarme sobre mi maleta para que ésta cerrara. Mi padre asomó su cabeza por el marco de la puerta e hizo una mueca de desaprobación.
—Ya es tarde, tenemos que llevarte al aeropuerto —entró en la habitación y se sentó en mi cama, observando con nostalgia la habitación vacía que dejaría atrás. —Cuánto has crecido.
—Papá, no empieces a llorar, tú pequeña ya no es una niña.
—Lo sé —suspiró —y por eso mismo he decido darte un regalo.
Del bolsillo de su abrigo sacó una pequeña cajita negra, extendiéndola hacia mí. No dudé ni un segundo en abrirla y ver el hermoso collar plateado que había dentro en forma de estrella.
—Sé que llegarás lejos —dijo —y en un futuro serás toda una estrella.
Contuve las lágrimas y me abalancé sobre él para apretujarlo en un abrazo. Sentí nervios al pensar que en menos de cinco horas me estaría despidiendo de ellos.
—Gracias —dije tiernamente.
Llegamos al aeropuerto en donde me esperaba Samantha, mi vieja amiga de la infancia. Hacía 12 años que la conocía y era como una hermana para mí, e incluso una hija para mis padres, y yo era lo mismo para los suyos y era otra hermana para Theo su hermano mayor. Durante algunos años creí que él era mi otra mitad, siempre me miraba y lograba que mis mejillas se sonrojaran, pero esa ilusión se rompió cuando supe su preferencia sexual hacia los hombres.
Me bajé del vehículo y corrí hacia ella para abrazarla mientras mi padre y Theo bajaban mis maletas.
—No puedo creer que estemos a unas horas de ir a la universidad.
—Lo sé, es emocionante.
Una cálida mano se posó sobre mi hombro. Era Theo, mirándome fijamente con esos misteriosos ojos grises.
—No quiero que hagan tonterías —dijo mirando de una a otra.
—Ese es un buen consejo, —afirmó mi padre — espero que lo tomen en cuenta.
Ambas nos miramos y reímos por lo bajo. Entonces un hombro chocó contra el mío, haciendo que cayera de bruces a los pies de mis acompañantes.
—¡Imbécil! —Gritó Theo hacia la persona que corría lejos de nosotros.
Mientras me ayudaban a levantarme miré hacia el chico que se alejaba y me sentí estremecida al mirar lo apuesto que era. Alto y fornido, con cabello negro alborotado. Muy al estilo de mis amores platónicos. Por unos instantes olvidé el hecho de que me había empujado y me concentré en la guitarra que llevaba en su mano izquierda tratando de equilibrar sus dos maletas en ambos brazos.
—¿Estás bien hija?
—Sí, no importa, creo que tiene prisa igual que nosotras.
Aún debíamos de registrar nuestro equipaje y asegurarnos de que no olvidáramos nada. Así que era el momento de la despedida. Los padres de Samantha irían a visitarla en unos días, por lo que no se preocuparon en acompañarla al aeropuerto. Pero los míos no podían soltarme sin derramar una lágrima. Los besé insistentemente en sus mejillas y los abracé tan fuerte hasta dejarlos sin aliento.
—¿Tendrás cuidado, sí?
—Sí, tendré cuidado.
—Nada de chicos ni embarazos.
Reí.
—Nada de chicos y embarazos, mamá.
—Es hora de irnos —dijo Samantha.
Los abracé una última vez y besé a Theo en la mejilla, mientras me abrazaba de la cintura y yo rodeaba su cuello con mis brazos.
—No escuches a tu mamá, consigue muchos chicos para ti y para mí cuando vaya a visitarlas.
—De acuerdo.
A unos cuantos pasos de haberlos dejado atrás, los miré y suspiré conteniendo sentimientos.
Terminaba de empacar mis cosas para mudarme y poder ir a la universidad de mi sueños, aunque mis padres no estuvieran muy felices de que su única hija se mudara a 7 horas de ellos. No es que no tuviéramos una buena relación, pero me entusiasmaba la idea de emprender nuevos retos, de ser independiente y poder hacer lo que quisiera en el momento en que quisiera. Mi madre era la típica protectora que cuida hasta el último cabello de mi peinado, en cambio, mi padre era muy liberador y decía que yo podía hacer con mi vida y cuerpo lo que quisiera.
Tuve que sentarme sobre mi maleta para que ésta cerrara. Mi padre asomó su cabeza por el marco de la puerta e hizo una mueca de desaprobación.
—Ya es tarde, tenemos que llevarte al aeropuerto —entró en la habitación y se sentó en mi cama, observando con nostalgia la habitación vacía que dejaría atrás. —Cuánto has crecido.
—Papá, no empieces a llorar, tú pequeña ya no es una niña.
—Lo sé —suspiró —y por eso mismo he decido darte un regalo.
Del bolsillo de su abrigo sacó una pequeña cajita negra, extendiéndola hacia mí. No dudé ni un segundo en abrirla y ver el hermoso collar plateado que había dentro en forma de estrella.
—Sé que llegarás lejos —dijo —y en un futuro serás toda una estrella.
Contuve las lágrimas y me abalancé sobre él para apretujarlo en un abrazo. Sentí nervios al pensar que en menos de cinco horas me estaría despidiendo de ellos.
—Gracias —dije tiernamente.
Llegamos al aeropuerto en donde me esperaba Samantha, mi vieja amiga de la infancia. Hacía 12 años que la conocía y era como una hermana para mí, e incluso una hija para mis padres, y yo era lo mismo para los suyos y era otra hermana para Theo su hermano mayor. Durante algunos años creí que él era mi otra mitad, siempre me miraba y lograba que mis mejillas se sonrojaran, pero esa ilusión se rompió cuando supe su preferencia sexual hacia los hombres.
Me bajé del vehículo y corrí hacia ella para abrazarla mientras mi padre y Theo bajaban mis maletas.
—No puedo creer que estemos a unas horas de ir a la universidad.
—Lo sé, es emocionante.
Una cálida mano se posó sobre mi hombro. Era Theo, mirándome fijamente con esos misteriosos ojos grises.
—No quiero que hagan tonterías —dijo mirando de una a otra.
—Ese es un buen consejo, —afirmó mi padre — espero que lo tomen en cuenta.
Ambas nos miramos y reímos por lo bajo. Entonces un hombro chocó contra el mío, haciendo que cayera de bruces a los pies de mis acompañantes.
—¡Imbécil! —Gritó Theo hacia la persona que corría lejos de nosotros.
Mientras me ayudaban a levantarme miré hacia el chico que se alejaba y me sentí estremecida al mirar lo apuesto que era. Alto y fornido, con cabello negro alborotado. Muy al estilo de mis amores platónicos. Por unos instantes olvidé el hecho de que me había empujado y me concentré en la guitarra que llevaba en su mano izquierda tratando de equilibrar sus dos maletas en ambos brazos.
—¿Estás bien hija?
—Sí, no importa, creo que tiene prisa igual que nosotras.
Aún debíamos de registrar nuestro equipaje y asegurarnos de que no olvidáramos nada. Así que era el momento de la despedida. Los padres de Samantha irían a visitarla en unos días, por lo que no se preocuparon en acompañarla al aeropuerto. Pero los míos no podían soltarme sin derramar una lágrima. Los besé insistentemente en sus mejillas y los abracé tan fuerte hasta dejarlos sin aliento.
—¿Tendrás cuidado, sí?
—Sí, tendré cuidado.
—Nada de chicos ni embarazos.
Reí.
—Nada de chicos y embarazos, mamá.
—Es hora de irnos —dijo Samantha.
Los abracé una última vez y besé a Theo en la mejilla, mientras me abrazaba de la cintura y yo rodeaba su cuello con mis brazos.
—No escuches a tu mamá, consigue muchos chicos para ti y para mí cuando vaya a visitarlas.
—De acuerdo.
A unos cuantos pasos de haberlos dejado atrás, los miré y suspiré conteniendo sentimientos.
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